Caprichos del mar. Nos gusta celebrar que
pertenecemos a un gupo, que nos sentimos felices, y entonces nos
levantamos "haciendo la ola". Pero ya no resulta tan gracioso cuando la
ola es real y te revuelca por la orilla, o es mucho mayor y mueve,
zarandea, golpea el barco en el que viajas de una isla a otra. El
salitre salpica las ventanas. El horizonte es de distintos tonos de
blanco y azul, solo puedes distinguir en el paisaje el que, ese mismo
horizonte recto, se torna por unos segundos una pendiente de inclinación
de 60º a la izquierda... y ahora, de inclinación a la derecha,... izquierda...
¡Qué quieres que te diga!, digna de ser analizada geométricamente como
un buen señor triángulo rectángulo, con sus hipotenusas y todo. Un grito
general de sorpresa. Caras que se tornan entre amarillentas y
verduzcas, y la premonición de un viaje movido, no en sí por las olas,
sino porque los chavales que te acompañan terminarán echando hasta el
menú de su primera comunión (y te acuerdas, jejeje, del profesor que dijo que con
cinco viajaba cualquiera). En ese momento, cada sobre esfuerzo es un
ahorro, así que hablamos, mucho, respiramos, despacio, nos distraemos, pensamos, en voz
alta. "Si nosotros nos movemos, -comentó mi dulce Isaí- ¿¡cómo será para
los que vienen en esos cayucos desde tan lejos, todos juntos, sin agua
ni comida?!" En esos instantes, tan luminosos, solo me queda celebrar su
comentario, lo que hago, lo que persigo y la recompensa que estoy
recibiendo.
Isaí no tiene más que catorce
años. Es un niño normal y corriente de un barrio humilde. Viaja conmigo,
porque hemos participado del XIV Encuentro Regional de la Red de
Escuelas Solidarias. Para él y sus cuatro compañeros, supone el primer
año, la primera vez, su primer viaje de este tipo. Después de un año de
esfuerzos, representan nuestra labor de centro ante otros chicos como
ellos, y participan de sus juegos, de los conciertos y las nuevas
amistades. En pocas palabras: más de 200 personas hemos comido, cantado,
bailado, vivido, ¡no-dormido en un pabellón!... durante 72
incomparables horas. Pero, también, hemos aprendido y nos hemos
concienciado de la realidad y de nuestra co-responsabilidad en ella, en
lo que sucede. Isaí es la prueba.
Su
comentario, presupongo, y creo que con acierto, viene dado por la
conferencia que escuchó de manos y voz de Yaye Bayam. Esta maravillosa
mujer es la presidenta y fundadora de la Asociacion de Mujeres Víctimas
de la Emigración Clandestina, creada en 2006, para evitar que el éxodo
masivo de emigrantes, y sus terribles consecuencias, se sigan dando. Ella
es una senegalesa que sufrió el que su hijo falleciese en el mar, a
consecuencia de la hipnosis que, las mafias y la desinformación
televisiva traída desde Europa, les hace padecer erróneamente. Desde
entonces, se dedica, a costa de poner en peligro su vida, a denunciar las
posibles salidas de emigrantes por mar y a quiénes las están
organizando. Teniendo presente que una de estas salidas puede suponer
para un mafioso un beneficio de 150.000 euros jugosos, no es de extrañar
que su cuello tenga un alto precio, pero ella no pierde nada, ya perdió
a su hijo, ahora lo único que le resta es ganar vidas para evitar que
otros pasen por ese trance. Ella me recuerda, nos recuerda para qué
estamos aquí, en qué consiste nuestra misión y nuestro trabajo: te
enseñaré lo que sé y lo que he vivido, para poder aliviar tu camino. Y
grava en mi mente y mi corazón: solo el amor es infinito.
Yaye
Bayan vive en un pueblo en el que, estadísticamente, podemos contar un
muerto de mar por cada 30 metros de superficie. Los han perdido a
centenares. Pero, si los muertos descansan bajo la espuma, los vivos no
saben cómo vivir. En su sociedad, pueblo de marinos, las mujeres dejan
de ir a pescar. Ya no se acercan al mar, huyen de él porque las olas
dibujan el rostro suplicante de sus hijos y el salitre se transforma en
lágrimas de sus almas. Por eso, se alejan de la tumba azul, y pierden su
medio de subsitencia, por eso su sociedad las rechaza y las considera
indignas. Los niños huérfanos del pueblo, los hijos de los fantasmas del
agua, no van al colegio, porque no tienen padre que lo costee, no van
calzados, ni bien vestidos, no son alimentados como es debido, no son
aceptados; solo el que tiene alguien en Europa que manda dinero es bien
mirado. A sus padres se los tragó el mar, ellos son niños indignos.
Niños indignos con una sola y única posibilidad de salir adelante, una
meta: crecer, crecer rápido, contra el tiempo y natura, para poder pedir
un préstamo que endeude a su familia y meterse en uno de esos cayucos
de la muerte para intentar acceder a la Europa prometida y recuperar la
dignidad o perder la vida.
Para y por
ellos trabaja Yaye, para intentar darles otra alternativa, una formación
y un trabajo. Nosotros, desde nuestras pequeñas posibilidades y nuestro
discreto proyecto, la ayudaremos y nos estaremos ayudando.
Participo
de la responsabilidad de esas muertes y de su pobreza, pertenezco a la
sociedad que se nutre de ellos y de su materia. Es mi deber devolverles
parte de lo robado sin piedad, ellos me lo pagarán bien: retornándome la
conciencia, ayudándome en mi labor docente, permitiendo que mis chicos
accedan al mundo, convirtiéndose, poco a poco, en hombres de futuro, con
juicio propio y capacidad de compromiso para los suyos y los no tan
suyos.
En esos instantes de olas y atisbos
de mareos, seguimos pensando y hablando. Mi cabeza puso en movimiento
sus engranajes: niños indignos, buen título para un post, fue un primer
pensamiento. Los que no llegan... ¿dónde estarán? fue el que le siguió.
¿Dónde
se esconde todo lo que partió sin llegar: dónde los besos, los
proyectos, las palabras,...? ¿Existe una especie de limbo para todo
aquello que no logró su meta? ¿conviven allí mis besos con esos pobres
hombres que contemplan ahora con mayor dolor su fracaso? ¿qué será de
toda esa fuerza, de esa energía, de los sentimientos truncados? ¿son el
mar, son su furia, son mis fantasmas de espuma? Y suspiro...
Lo
más curioso de todo esto es que yo puedo cambiar el mundo. Puedo,
poniendo en marcha el primer eslabón de la cadena y contando con que
otros me seguirán. Un día, puse en marcha un juego de abrazos en mi
trabajo. Di los dos primeros y pedí que se continuase. Dos días después,
seguían recibiéndose dichos abrazos, para mi sorpresa. Piensa; solo
tienes que contribuir con una semilla a la espera de que dé frutos y
crezca. Ten por seguro que lo hará. Y no, no te arrugues de forma
escéptica y oscura, ni tan siquiera a ti te pega esa reacción. Mejor
plantéate: ¿estoy viviendo lo que quiero vivir? ¿cuál es mi papel en la
vida? ¿cómo contribuiré en esta historia de hombres, en mi propia
historia? ¿cuál es mi legado, cómo dejare huella ? ¿cuál es mi
herencia?¿qué es lo que de verdad quiero dejar a los míos y a los que
vendrán?
¡Santo cielo!, ¡qué claras tengo
las cosas a este respecto!: amor, dar amor, creer en el amor, tansmitir
que el amor no tiene límites, es lo único que puedo dar a todos sin
quitar a nadie. Puedo dedicarme a dar de ese amor que conoce cientos de
miles de sinónimos y se puede llevar a todos los terrenos de la vida.
¡Gracias!, gracias por permitírmelo, por recordármelo, por hacerme de
nuevo consciente de que, en mi pequeño mundo, no puede existir otra
lección de vida. Y que queden como indignos solo aquéllos que leyendo
este mensaje permanecen impasibles ante cualquiera de sus mensajes.
RITA